Dos frases escuchadas esta semana en la intimidad del randazzismo ilustran hasta qué punto es irreversible el camino que conduce al peronismo bonaerense a una confrontación interna en las urnas de las primarias previstas para el próximo 13 de agosto:
“Ni aunque me entreguen la lista completa” acepto ir en una nómina de unidad con el kirchnerismo.
“Para ganarle a Macri en octubre primero hay que ganarle a La Cámpora en agosto”.
La primera sentencia pertenece al propio Florencio Randazzo, que respondió así, tajante, cuando un intendente que participa de su espacio le informó que sus colegas de Ituzaingó, Alberto Descalzo, y de Florencio Varela, Julio Pereyra, buscaban tenderle un puente con el otro sector que cobra cuerpo al interior del peronismo de la provincia –el grupo que alimenta el kirchnerismo con la referencia central de la ex presidenta Cristina Fernández pero que reúne delegados de procedencias varias, se arroga la representación más amplia surgida de la Mesa de Acción Política del Partido y aspira a evitar un choque intestino.
La otra salió con jerarquía de máxima estratégica de boca del flamante jefe de campaña de Randazzo, Alberto Fernández –la incorporación de un jefe de campaña es en sí misma una confirmación de la decisión del ex funcionario kirchnerista de lanzarse a la competencia electoral (la mano del ex jefe de Gabinete acaso se vea con nitidez en los próximos días, cuando el anuncio oficial de la postulación aparezca en formato de entrevista en algún gran diario argentino).
Las dos frases tributan a un conjunto de certezas que apila “Florencio” –manual del buen entorno de todo candidato: hablar de él siempre por su nombre de pila- sobre el escritorio de su búnker del Palacio Raggio, el coqueto edificio de oficinas ubicado estratégicamente en la esquina de las calles porteñas Bolívar y Moreno, a 200 metros de la Plaza de Mayo.
Una de ellas es que, tras la derrota en 2015, el peronismo debe dar una señal clara de que es capaz de hacer autocrítica y “dejar algo atrás”, en clara referencia al kirchnerismo.
Además, el chivilcoyano entiende que Cristina es un arma de doble filo que encarna más riesgos que ventajas. Concretamente, que, puesta en la cancha como candidata, la ex mandataria empuja al peronismo a una elección de tercios en la que gana el Gobierno.
Está convencido, Randazzo, de que una lista de unidad, aun en el mejor escenario, que sería con él como figura estelar y discrecionalidad en el manejo de la lapicera, no le permitiría ser visto por el electorado como el conductor real del peronismo sino como una suerte de gerente de CFK. Sería una conducción delegada y, al cabo, un doble comando condenado no al éxito, como la Argentina de Duhalde, sino al naufragio. La renovación, entonces, sería visualizada como farsa por la sociedad.
Cree el candidato, en ese sentido, que la única manera de hacerse de la conducción plena del peronismo en la etapa post kirchnerista y de enviar al público una señal inequívoca de borrón y cuenta nueva es enfrentando al kirchnerismo –lo viejo- en una competencia ejemplar que proyecte la imagen de un partido moderno y democrático. Y ganándose las jinetas en las urnas.
El discurso randazzista está debidamente ornamentado con buenas intenciones destinadas al bien colectivo: la construcción de una propuesta capaz de ponerle un dique de contención a las políticas de ajuste del oficialismo. No obstante, la estrategia tiene un alto –determinante- componente de ambición personal: Randazzo cree que un triunfo frente al kirchnerismo en las primarias de agosto es la única chance que tiene de salir del proceso electoral 2017 lo suficientemente fortalecido para encarar su objetivo central, que no es otro que la carrera por la Casa Rosada en 2019 -la que Crstina le prohibió correr hace dos años.